martes, 10 de junio de 2008

Soledad




Vuelvo a los lugares escondidos de mi destierro
donde muerdo el vacío para hacerlo sangrar
y cazo sombras de mi pasado,
ésos seres presentes e invisibles que estrangulan mi libertad
y esculpen figuras deformadas por muecas de angustia.

Vuelvo y vuelo en mi interior acechando carroñas
despojadas de su antigua vida
que un día fueron también la mía;
Las huelo a kilometros de distancia en mis adentros
donde el olor a bilis se confunde con el perfume de las flores marchitas
donde la sed constante aniquila la luz de cierto deseo
mermado y moribundo
único superviviente de una expedición perdida en el desierto negro.

Siempre vuelvo al blanco páramo del papel
cuando a mi lado solo la encuentro a ella,
atentamente untando el colchon con miel y muerte
para seducirme y consolarme con sus caricias frígidas.

La casta belleza de la repulsión la resucita y la alimenta.
Ella encadena mis pies y trepa hasta mi sexo solo y apático.
Ella mama de mis tendones para endurecerme como la piedra.
Ella sorbe las últimas gotas de esa esperanza
velada como tesoro bajo la almohada de mi sueño infinito.



Por Tanya Beyeler